11 de Julio de 2010, la Selección Española de Fútbol, sí, nuestra selección se proclama Campeón del Mundo, un hecho tan insólito como histórico. España entra de esa forma en el Olimpo de los Dioses del panorama futbolístico, ese reservado tan sólo a unos privilegiados; las selecciones más grandes del mundo. España ganaba un Mundial y de paso se hacía grande (más aún), sin provincionalismos, sin estupideces autonómicas de yo soy catalán, tú andaluz y el otro vasco o extremeño...
Todos éramos uno mismo, nos transformábamos en Casillas, en Xavi, Puyol, Sergio Ramos, Cesc, Xabi Alonso o en ese genio llamado Iniesta, como años antes lo habíamos hecho en Arconada (aunque debo confesar que yo seguía disfrazado de él), Camacho, Gordillo, Sarabia, Carrasco, Víctor Muñoz, 'Poli' Rincón... o con anterioridad en Iríbar, Asensi, Cardeñosa, Ramallets, Luis Suárez...
España volvía a ser España, un país sin fronteras, las imaginarias y las reales, las existentes y las creadas con posterioridad por algunos empeñados en ser catalán, vasco o andaluz por delante de español.
El fútbol hacía justicia con aquellos que se quedaron a puertas de levantar un título europeo o Mundial con sus dichosos cuartos. Esa leyenda se quedaba atrás porque se comenzaba a escribir una más grande, una de verdad. España ganaba ese Mundial por Cardeñosa y el Mundial del 78, por Arconada y la Eurocopa del 84, por Raúl y aquel penalti fallado ante Francia, por Joaquín y aquel jodido árbitro del Mundial de Corea y Japón. España ganaba ese Mundial por Juan, por Pepe, Paco, Javier, Luis, Santiago, María, Lucía, Manoli, Araceli, Carmen, Patricia, Noelia, Nacho, Alejandro... España ganaba el Mundial por todos los españoles, los de Cádiz, Alava, Vitoria, San Sebastián, La Coruña, Barcelona, Madrid, Toledo, Albacete, Sevilla, Córdoba, Palma de Mallorca, Ibiza, Tenerife, Málaga... España ganaba por ti, por mí, por tu padre, por el mío, tu primo, tu amigo el que siempre hablaba de los cuartos, de que España no gana nada...
España se proclamaba campeona del Mundo y con ella tú, yo y cada uno de los que lee estas líneas sentía por primera vez en su vida la sensación de poder gritar a los cuatro vientos: ¡Soy el mejor del mundo!